Rutina
- Josefina Carrera Schisano
- Apr 7, 2021
- 2 min read
Llego del hospital a mi departamento y, como de costumbre, no hay nadie en casa. Tiro mis zapatillas dentro del canasto de la entrada y me despojo de mi traje de turno, con el cuidado casi quirúrgico de no tocarme la cara ni quitarme la mascarilla. Meto la ropa sucia a la lavadora, al instante, y me quedo sólo en ropa interior: los calzones menos sexys de todo mi guardarropas (los que, de todas formas, deben valer una fortuna en estos momentos) y el sostén más cómodo que pillé a las seis de la mañana, en penumbras.
Me lavo las manos y por fin puedo quitarme este bozal de la cara que me provoca una insufrible e intratable dermatitis de contacto, la que decido, nuevamente, ignorar. Después, vuelvo a lavarme las manos, los antebrazos e incluso los codos, como corresponde, obvio. Pienso en cómo la suciedad escurre con el agua, pero no así la carga emocional, qué loco.
Suspiro. Por fin me siento limpia.
Conecto mi celular al parlante de la sala de estar y reproduzco mis canciones de Spotify en aleatorio y, así sin más, me pongo a bailar. Y bailo, con las cortinas abiertas y casi desnuda, desde un segundo piso, a las 6 de la tarde, con la música a todo volumen. Y sigo bailando, cantando y riendo, completamente sola, pero más radiante que nunca.
Desde hace más de 1 mes que no bailo con nadie más que mí misma y creo que, a estas alturas, ya no me afecta en lo absoluto. Sonrío para mis adentros y pienso que son pocos los que pueden seguirme el ritmo, de todas formas.
Pequeños rayitos de sol entran por la ventana y yo sigo bailando como si no hubiera mañana, pues seamos honestos, quién sabe si lo habrá... Y hay quienes lo daríamos todo por un último baile con personas que ya no están.
Con esos pensamientos rondando en mi cabeza, no puedo evitar recordar a todos los pacientes que vi hoy y que de seguro preferirían estar bailando en vez de encontrarse a sí mismos postrados en una cama. Si tan solo pudiera invitarlos a bailar conmigo...
Continúo bailando alrededor de los muebles y encima de ellos, como si estuviera dando un show para mil espectadores, y la única que quizás me presta atención es la viejita mirona del edificio de al lado... Toda la pandemia se la ha pasado observando hacia afuera de su ventana, con la mirada perdida como en mi dirección pero, sinceramente, dudo que su miopía y sus cataratas la dejen dilucidar lo que ocurre dentro de mis cuatro paredes.
Me agobia un sentimiento de culpa.
Suspiro, otra vez, sin parar de bailar.
Y es que me siento libre.
01/04/2021

Comments