Tic Tac

         Un día me pidió un favor y, sin dudarlo, acepté. No sabía de qué se trataba, pero a esas alturas me daba lo mismo... Podría haberme pedido que lo acompañara a la Luna y me devolviera yo sola y lo habría hecho.

         Achicharrados bajo el sol, caminamos por horas sin descansar. Conocíamos bien la ruta, pero dimos tantas vueltas que parecía como si ninguno de los dos hubiese querido llegar al final del camino. Deambulamos durante horas hasta que la sincronía de nuestros tic tacs me pareció ensordecedora, y sé que él también lo notó. Tic, tac, tic, tac, la tensión no me dejaba ni respirar. Agotados y sin haber encontrado lo que buscábamos, nos detuvimos frente a una vitrina al azar. Bastó una mirada para que nos leyéramos la mente. Nos adentramos en el sucucho ese, el del pasaje desconocido y poco transitado en el que nunca nos habíamos fijado, por razones obvias. Ahí dentro, lo ayudé a desabotonar su camisa, lo más lento que pude, mientras disfrutaba la vista. De todas formas, procuré no mirarlo a los ojos porque el temblor de mis manos ya me delataba lo suficiente. Lo observé desde una silla mientras iba y venía, cada vez más nervioso e indeciso. Fue en el doceavo intento que atiné a decidir por él porque sino me derretiría en el asiento. Luego, el único testigo de la sala desapareció y fue entonces cuando me mordí el labio para aguantarme las ganas, hasta que no pude. Les juro que casi lo logro. Fue en ese vestidor entonces que el deseo de una década nos pasó la cuenta y lo hicimos: por fin nos quitamos todas esas ganas del cuerpo.

         Cuando salimos a la Alameda estábamos tan extasiados que tuvimos que apoyarnos en el tronco de un árbol para que su sombra nos devolviera el aire que la pasión nos había quitado. Esperamos unos segundos y caminamos rápidamente al metro sin intercambiar palabra alguna, el calor de nuestros rostros lo decía todo. Nos dimos un abrazo incómodo para despedirnos y así sin más, nos separamos en Baquedano: el seguía en dirección a los Dominicos y yo hacia los San Pablo, como siempre. Desde el andén del frente lo vi sonriendo mientras sujetaba la bolsa de su nuevo traje, el que usaría al día siguiente, en su matrimonio. Se vería tan guapo, pensé, pero de la mano de otra mujer. Nada que hacer.

17/10/18