XXXlogía de tragos: Mal à l'aise (2)
- Josefina Carrera Schisano
- Apr 22, 2020
- 6 min read
Updated: Apr 23, 2020
“Es cuestión de principios”, vociferó después de pegarle una larga calada a su cigarrillo. “No puedes abandonarlo todo por escaparte con un hombre que conoces desde hace menos de un mes, Lucía, o la gente pensará que has perdido la cabeza”.
Consternada, la miré de reojo a través de mis agatados lentes de sol y traté de no soltarle una carcajada en la cara, la que se notaba acalorada por la vergüenza ajena.
“¿Y va a ser acaso esa la gente que venga a darme el orgasmo que necesito todas las mañanas? Déjate de joder, Francisca, que hablas como si no me conocieras”, dije mientras bebía la última gota de mi cerveza, queriendo dar por cerrada la conversación, de manera definitiva.
Por muy mojigata que fuera, la Fran había sido mi fiel confidente desde la infancia y sé que, en el fondo, disfrutaba cada uno de los detalles que tenía para contarle después de mis aventuras. Creo que me gustaba pensar que ella vivía este tipo de experiencias a través de mis relatos, ya que hace tiempo me había rendido con la idea de tratar de sumergirla en mi pecaminosa realidad. Además, al final de todo siempre terminaba apoyándome en mis locuras y deseándome la mejor de las suertes, pero no sin antes regañarme un poco, y esta vez no fue la excepción.
“Está bien, haz lo que quieras, pero espero que no te arrepientas después”, dijo mientras suavizaba su semblante y me ofrecía una auténtica sonrisa.
Me quité los lentes y los dejé sobre la mesita de vidrio que teníamos en frente, lento, para que notara la seriedad con la que le hablaba. “No te preocupes por eso, una sólo se arrepiente de las cosas que no hace”, declaré con total seguridad.
Un par de horas más tarde, con mis pertenencias en el asiento de al lado y guiñándole el ojo a mi amiga, me despedí de mi hábitat, al menos por un rato... Me embalé conduciendo mi SS del 69 color carmesí, un cacharro bien mantenido que había heredado de mi abuelo italiano. Prendí la radio y me encontré con una canción en francés que sonaba durante mis años mozos en el colegio, los que parecían más lejanos de lo que en realidad eran. Una palabra del estribillo me quedó dando vueltas en la cabeza por un rato: “mal à l’aise”. Pensé en la cantidad de veces que había pronunciado y escuchado esa palabra, de tantas formas distintas, pero aún no lograba dimensionar la profundidad del significado. Fue así como se me pasó la carretera volando mientras me dirigía a la costa, entre curvas y divagaciones.
A las 7 de la tarde y con un perfecto atardecer, llegué a una entonada casa mediterránea, enterrada entre la arena y los cerros costeros y como elegida de un catálogo de revista. Me dejé maravillar con el antejardín y sus flores, y con la forma en la que los rayitos de sol entraban por las ventanas altas, no dejando entrever el interior, para nada.
Andre se encontraba esperándome en la entrada con una puntualidad inglesa, así como si este encuentro fuese un ritual cuidadosamente planeado. Me fascinaba esa cualidad exótica en un portugués como él, o quizás era que me fascinaba todo de él, no lo sé. Me estacioné bajo un laurel que dejaba entrever un día radiante, de hecho, no creí haber visto nunca algo tan luminoso en mi corta pero experimentada vida.
Lo único mas radiante, tal vez, era la maliciosa sonrisa de mi acompañante, la que contrastaba perfectamente con su tés morena y sus coquetos labios gruesos. Apenas me bajé del auto, este garoto europeo me tomó de la cintura y me acercó a él, dejándome sentir su profusa erección por debajo de sus pantalones. Avancé uno de mis pies por entre sus piernas para permitirme rozar suavemente su miembro contra mi muslo, mientras que con mi mano izquierda lo agarré del cuello y le planté un beso en la boca, así como aireando todos los trapos sucios, desde el minuto cero. Pude notar en mi pelvis las consecuencias de su mirada, la que evidentemente anhelaba contemplar mas allá de mi elegante, pero a la vez sugerente escote. Conspiramos en un coordinado juego de lenguas y risas, mientras aullábamos por la necesidad de eclipsar al otro con nuestro correspondido deseo.
Tomó mi trasero con ambas manos y me levantó para que lo rodeara con mis piernas, posición que nos hizo calzar como si fuésemos figuritas de lego. Una vez dentro de su casa y a través de ecos lejanos que confundían el origen de nuestros gemidos, fui encaminada por un pasillo frondoso que seguro daba a la habitación principal. Para ese entonces, ya corría por mis extremidades una especie de corriente eléctrica, haciéndome temblar de necesidad. Dentro de la habitación, Andre me tiró a la cama con un cuidado casi violento, para luego hundir su boca en mi cuello, el que se dedicó a besar y morder, sin escrúpulos. Con un impulso de desesperación, me quitó el precioso vestido que había escogido para tan magno evento, mientras se detenía a acariciar mis pechos y mi abdomen, como torturándome. Desde ahí abajo y teniéndome sólo en calzones, me lanzó una mirada que me pareció una declaración de intenciones, la que dejé fluir para permitirme gozar de aquel placer culpable.
Con fascinación y expertiz, Andre logró librarse de mi ropa interior para comenzar a besar mi sexo, anhelándolo de forma lenta y alucinante. Levantó una vez más la mirada para decirme algo en portugués que no comprendí, pero que imaginé que significaba algo como "relájate, y disfruta el recorrido."
Dejé, entonces, que la marcada respiración de este amante por sobre mi clítoris me revolviera la cabeza, como las olas en una marea abierta. Fueron su lengua y sus labios cálidos los que me enviaron a la deriva con cada contacto, a otra órbita. Con mi cintura apresada entre sus fuertes brazos, no dejó de lamerme el cuerpo hasta mutilarme en un orgasmo múltiple, largo y, sobre todo, intenso.
En sincronía, unos estruendosos y agudos gemidos fueron expelidos desde mi garganta, cuán gata callejera, los que incentivaban al hombre que tenía su cara entre mis piernas. Fue uno de esos orgasmos magistrales que te ciegan hasta deslumbrarte x completo, si es que has tenido la fortuna de saber a qué me refiero.
Completamente desintoxicada, le agradecí a Dios por la creación de especímenes como éste, que saben lo que hacen y lo que no, te lo inventan en la marcha. Nos escudamos en un silencio húmedo y cómodo durante un par de minutos para ayudarnos a volver a poner los pies sobre la tierra, antes de comenzar nuestra función de nuevo.
Aquellos días, los que no recuerdo cuántos fueron exactamente, los pasamos bailando y gozándonos el uno al otro dentro de ese cráter erótico. Pasamos días y horas entrelazados entre las sabanas, transgrediendo nuestros propios límites... Como si no hubiese nada entre nosotros que no encajase. Sin más villanos que nuestras propias conciencias, nos encerramos a hacernos el amor por unos 40 días, aunque ninguno de los dos llevó meticulosamente la cuenta. Durante estos, no hubo rincón de nuestros cuerpos que no fueran recorridos por nuestras bocas sedientas, lo que me hizo caer en la cuenta… Mal à l'aise era todo lo completamente opuesto a lo que sentí después de esas semanas ahogadas en satisfacción y locura.
Con un nudo en la garganta y mientras disfrutábamos de nuestro último desayuno, decidimos interpretar esta experiencia como un exorcismo espiritual. Aislados y alienados, acordamos pasar de página y salir triunfantes de este retiro que nos regaló el clemente sol de California, a mediados de abril.
Aquel día y para nuestra mala suerte, las horas parecieron correr más rápido que de costumbre. Aún con la piel cálida y las mejillas coloradas, nos besamos apasionadamente en el mismo lugar donde nos habíamos encontrado el día de mi llegada, como si no quisiésemos soltarnos jamás. No fue sino hasta la puesta de sol que logramos separarnos y, con un nuevo plumaje, despedirnos y subirnos a nuestros respectivos convertibles.
Antes de partir y para mi sorpresa, me acordé de la Fran y mis dichos sobre el arrepentimiento. Encendí el motor y puse mi mejor sonrisa falsa para lanzarle un último beso a Andre, cuya silueta dejé alejándose hasta, finalmente, desaparecer.
“¿Por qué siempre tengo que tener la maldita razón?”, dije en voz alta, con rabia, mientras aceleraba. Así, y sin certeza de un nuevo encuentro, quizás siempre me arrepentiría de no haber dicho que me quedé con gusto a poco. Sí, poco, porque me habría gustado disfrutar a ese hombre por bastante más que sólo 40 días, los que se me hicieron definitivamente cortos.
21/04/2020
Josefina Carrera Schisano
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