XXXlogía de tragos: Piscola (1)

Era el primer sorbo de piscola que bebía durante la noche, pero sólo eso bastó para que se me subiera todo a la cabeza… Acelerados y más vívidos que nunca, los recuerdos de la tarde anterior reaparecieron frente a mis ojos, provocando que quisiera correr al baño a tocarme un poco mientras permanecían frescos. Sentí un poco de culpa, ahí celebrando el cumpleaños de mi amiga, porque lo único en lo que podía concentrarme en ese minuto era en esa inesperada necesidad de sexo, sexo, y más sexo. Y es que uno pensaría que con la tremenda cantidad de placer que había recibido el día anterior estaría satisfecha, pero al parecer, había despertado un monstruo que se encontraba, hasta entonces, hibernando en mi interior. Rápidamente, bebí un par de sorbos más de esa exquisita piscola, los que lograron apaciguar (o distraer) el fuego que carcomía mi piel, para así ser capaz de mantener una conversación decente con ese grupo de indecentes. Ya llevaba unas cuantas piscolas cuando mi amiga comenzó a contar, por decimoquinta vez en la velada, la penosa historia de cómo la habían pateado la semana pasada. Agobiada, me levanté de la mesa para ir a pedir otro trago directamente en la barra. En un segundo volví a mi asiento, sin siquiera caminar un paso, esperando que mi incómoda mirada no se hubiese alcanzado a encontrar con tus ojos verdes. Así de fácil, todo el despiste logrado durante las horas pasadas se había ido a la mierda con tu atractiva presencia. Y como en esas tomas en cámara lenta, sentí como todo lo que estaba conteniendo en la cabeza había vuelto a bajar hasta la punta de mi clítoris, básicamente. Que rica y sorpresiva sensación. Desde mi asiento, vi como saludabas al mismo flacuchento del barman que hace un rato me hacía ojitos, al servir nuestros tragos. Que divertido, también, ¿no? Extrañada, se me ocurrió mirar alrededor para poner los pies en la tierra… Me di cuenta de que habían pasado más horas de las que figuraba, y que casi no quedaban más mesas que atender. Esa fue la primera idea en cruzárseme, y fue la que hizo que tomara las atrevidas decisiones que siguieron a continuación. Decidida, bebí todo lo que me quedaba de piscola, al seco, y levanté la vista hacia la barra, encontrándote de espaldas hacia mí. Me propuse, entonces, llamar indirectamente tu atención para que te dieras vuelta y formaras parte de mis planes. Me puse a mirar al chico con el que hablabas mientras me mordía el labio, quien inmediatamente me sonrió de vuelta, nervioso. Eso hizo que fijaras tu vista hacia mi dirección, la que pude sentir sobre mis hombros y mi apretado trasero mientras me levantaba y decía clarito en voz alta: “voy al baño, ya vuelvo”. Nuevamente y para mi sorpresa, no me desplacé torpe sino coordinadamente con mi corto vestido negro, a diferencia de la mayoría de las veces. Entretanto, no nos quitamos la mirada de encima. Cuando me tocó pasar por enfrente tuyo, te guiñé el ojo e hice un gesto con mi cabeza y mi cuerpo para que me siguieras, el que entendiste a la perfección. Al cabo de unos prudentes segundos, me seguiste el paso a través de ese pasillo estrecho, perfectamente aislado y en el que no penaba ni un alma más. Como consecuencia de mis indiscreciones y, casi al final del pasillo, tomé la iniciativa de darme vuelta para encontrarte. Grata fue mi impresión cuando fueron nuestras piernas, labios y sexos encontrándose y permitiéndose girar y entrar a esa habitación, tan conocida por ambos… Entrando, girando y encontrándonos pasamos disfrutando el resto de la noche.

Josefina Carrera Schisano

13/03/2020